El síndrome del oso panda (1)
Data: 13/03/2020,
Categorie:
Sesso di Gruppo
Autore: Vero_y_Dany, Fonte: xHamster
... En todas ellas se mostraban dos mujeres jóvenes, de cabellos rubios, que en las primeras iban ataviadas con una especie de túnicas vaporosas, en diferentes posturas. Algo similar a lo de su “virgen del lirio”, aunque el efecto no era el mismo.
Mediado el álbum, los pliegues de sus ropas iban dejando ver, ora un pecho perfecto, ora un pubis completamente depilado, para al final, aparecer completamente desnudas. Y a pesar de que algunas de las imágenes eran muy explícitas, llegando a mostrar el sexo de las muchachas, hube de darle la razón: no se trataba de pornografía, sino de arte. Arte que resaltaba la magnificencia de los cuerpos femeninos desnudos.
—Tienes razón —concedí, dejando de nuevo el libro sobre la mesa—. ¿Dónde consigues esas modelos?
—En agencias. A veces me atrae un rostro que veo por la calle, o en un bar, y le hago una proposición estrictamente laboral —recalcó— No siempre aceptan, pero a veces sí. En esas ocasiones, cuando miro a una mujer, la imagino en un determinado ambiente. Por ejemplo, puede ser la primavera en un prado, el verano entre mieses, la alegría de vivir frente al mar. Y nunca, nunca, me he equivocado.
Se llevó la copa a los labios.
—Tú eres el carnaval en Venecia —dijo tranquilamente—. He estado buscando la mujer que fuera su espíritu, y ya casi había desistido, pero al fin la he encontrado en ti.
Sentí un estremecimiento que me recorría entera.
—¿Yo? Solo soy una mujer casada, (recalqué la palabra como si pretendiera ...
... con ella exorcizar mis sentimientos) Alguien del montón, sin nada especial…
«Maldita sea, no me había negado de plano —pensé»
—Estás muy equivocada —replicó, poniéndose en pie—. Ven, acompáñame.
Le seguí hasta uno de los lienzos blancos, frente al que estaba colocada una cámara sobre su trípode. Él me ubicó como a un metro de la tela, y se dedicó acto seguido a colocar un par de las curiosas sombrillas plateadas. Encendió unos focos, y después acercó a mi rostro un aparato con un display digital. Después hizo varios ajustes en las luces hasta que pareció satisfecho.
—Estás en el Gran Canal, mirando una góndola que se desliza lentamente con los movimientos de la pértiga del gondoliero. Ante ti San Marcos, por una vez vacía de los turistas que afean la fachada. El sol tibio de marzo incide en tu piel. Estás en paz, y sonríes…
El fogonazo de los flashes me sacó de mi ensimismamiento. Su voz hipnótica me había transportado por un momento al escenario que había descrito con su tono grave, en un tono casi onírico. Sonreí más ampliamente… y de nuevo hubo un fogonazo de luz.
Sacó la tarjeta de la cámara, y se dirigió a un ordenador que ocupaba un rincón, donde la insertó. Unos segundos después, mi rostro ocupaba la totalidad de la pantalla de 27”. Era y no era yo. Efectivamente, esas eran mis facciones, pero la expresión… La sonrisa de la segunda fotografía que había tomado me dejó perpleja.
«¿De veras yo sonreía así?»
—¿Lo ves? Yo sí he conseguido ver dentro de ...