El síndrome del oso panda (1)
Data: 13/03/2020,
Categorie:
Sesso di Gruppo
Autore: Vero_y_Dany, Fonte: xHamster
... tirando ligeramente de mi cuerpo en su dirección, hasta que mi trasero quedó en el mismo borde del mueble. Hizo deslizar su mano varias veces arriba y abajo por aquella impresionante erección, y después, guiándola entre sus dedos, la apoyó en la entrada de mi vagina.
La convulsión me recorrió por entero. No me había penetrado aún, pero mi cuerpo anticipaba la sensación de sentirme llena, colmada por aquel cilindro de carne palpitante. Me mordí el dorso de la mano para evitar gritarle que me penetrara, que quería sentirle dentro…
Durante un tiempo que me pareció interminable, en lugar de hacer lo que mi cuerpo anhelaba, repitió infinitas veces el acto de retirar su pene de la entrada de mi abertura, para después volver a colocarle en contacto con ella, sin introducirse más de un centímetro quizá.
—¿Qué deseas que haga? —me preguntó con su voz profunda.
—Yo… yo… —tartamudeé.
—¿Quieres sentirme dentro de ti? —inquirió de nuevo.
—Sí. ¡Sí!. Por favor, Germán, por favor —rogué, sin sentir vergüenza alguna.
Pero no lo hizo, o al menos no inmediatamente. Prosiguió con su juego, solo que ahora cada vez que su pene tomaba contacto con mi feminidad, se introducía un poco más que la vez anterior. Aquello duró un tiempo interminable para el deseo que me consumía. Y cuando solo la mitad estuvo dentro, perdí completamente la conciencia de mí misma, un nuevo orgasmo me invadió por entero, mis manos fueron a sus nalgas, y tiré de él en mi dirección hasta que, ¡por fin!, ...
... la totalidad de su erección estuvo muy dentro de mí.
—¡Germán! —chillé—. ¡Oh, Dios mío!, por favor, sigue, ¡sigue…!
Pero Germán estaba inmóvil, lo que no fue obstáculo para que una serie de convulsiones intensísimas me recorrieran, en un clímax que duró una eternidad y un suspiro al mismo tiempo.
Me estaba mirando de nuevo, con aquella semisonrisa…
—Ven Vero, tiéndete boca abajo —ordenó con su voz de ruego.
«¡Oh, no, por ahí no» —gemí interiormente.
Pero le obedecí sin rechistar, y sin reconocerme en la mujer que se estaba prestando a aquello…
Puso las manos en mis ingles y me elevó, hasta dejarme apoyada sobre manos y rodillas. Esperé expectante. Recordé las quejas de una compañera de la universidad, a la que su novio obligaba a tener sexo anal, y me mordí los labios.
Una eternidad después, su glande tomó contacto con mi periné, muy cerca de lo que yo creía su objetivo. Un segundo, y estuvo apoyado en el orificio por el que aún no había entrado nadie. Apretó ligeramente, y para mi sorpresa, me invadió una sensación indescriptible: quería y no quería que lo hiciera. Me temblaban las piernas y los brazos, y estuve en un tris de derrumbarme de morros en el lecho.
—¿Te han penetrado alguna vez por aquí? —preguntó su voz a mi espalda.
—No, no… —balbuceé.
—¿No te lo han hecho, o no quieres que lo haga? —inquirió.
—Yo… no sé, Germán.
—Está bien, cariño —dijo él—. Lo dejaremos para otra ocasión, cuando estés preparada y me lo pidas.
Sentí su ...