1. El síndrome del oso panda (2)


    Data: 22/09/2019, Categorie: Sesso di Gruppo Autore: Vero_y_Dany, Fonte: xHamster

    ... dos. No lo pensé, porque de pensarlo no lo habría hecho: simplemente me incliné y la besé.
    
    No correspondió al beso, ni se movió. Y me dije «Dany, la has cagado. Ahora te arrima una hostia»
    
    Pero no sucedió eso; solo me miraba con los ojos muy abiertos. Y entonces me acordé de lo de mi galleta de la suerte, así que pasé un brazo en torno a su cintura, la atraje hacia mí, y volví a besarla, esta vez con la boca abierta.
    
    Salió de su inmovilidad. Sus manos se posaron en mi nuca, y correspondió al beso. ¡Y de qué modo! Segundos después los besos se habían convertido en mordiscos indoloros, su pubis presionaba mi erección, y sus manos recorrían mi espalda.
    
    Luego, todo se descontroló un poco. Me sacó mi sudadera por la cabeza. Yo solté el corchete que aseguraba su falda por detrás, descorrí la cremallera, y la prenda fue a parar a sus tobillos. Ella me besó el pecho desnudo. Yo me las apañé para desabotonar su blusa con los dedos temblorosos. Ella liberó la hebilla de mi cinturón, y durante unos instantes forcejeó con la presilla, hasta conseguir finalmente bajar la cremallera de la bragueta. La elevé en brazos, recorriendo de este modo los pocos pasos que nos separaban de la cama, donde la tendí.
    
    Pantalón y slip fueron a parar al suelo. Ella seguía tumbada boca arriba con la blusa abierta, dejando al aire sus pechos cónicos, con las aréolas abultadas, de un tono solo algo más oscuro que la piel tersa que las rodeaba, y los pezones erectos en los vértices. Sus bragas ...
    ... ya no eran las blancas de encaje que había entrevisto, sino de color carne, y muy sexy.
    
    Me quedé mirándola, contemplando cada sombra y recoveco de su cuerpo, haciendo descender mis ojos por su largo y elegante cuello, sus hombros, las clavículas, los senos, el vientre, la pequeña cicatriz redonda de su ombligo, sus caderas cuya curva estropeaba la estrecha cinturilla de sus bragas, el triángulo velado de su pubis, sus muslos, sus rodillas y pantorrillas, sus finos tobillos y sus delicados pies.
    
    Ella jadeaba con los ojos brillantes, las mejillas tan arreboladas que sus pecas casi no se distinguían, los labios entreabiertos…
    
    De dos rápidos tirones se arrancó más que quitarse las bragas, y me tendió los brazos, desvelando el último misterio de su cuerpo: su vulva entreabierta bajo el abultado monte de Venus, tapizado de un vello muy corto, del mismo color rojo de sus cabellos.
    
    No hubo preliminares. Arrodillado ante la cama para que mi pene quedara a la altura conveniente, la tomé de las corvas y la acerqué aún más. Sus piernas se enroscaron en mi cintura. Guié mi pene con una mano y la penetré despacio, suavemente. Ella alzó el pubis hacia mí, gimiendo en tono bajo. Ensalivé mi dedo índice, y conseguí introducirlo entre nuestros cuerpos, acariciando su clítoris, lo que provocó en ella un delirio de gemidos entrecortados.
    
    ¡Ja! Decimos de las mujeres españolas o latinas que son ardientes, pero aquella nativa de la verde Erin no tenía nada que envidiarles. Sus caderas ...
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